Hoy estamos de suerte y tenemos a Jorge Domingo colaborando con nosotros en la crítica de La vie d'Adèle de Abdellatif Kechiche (2013).
¡Esperamos que os guste!
“Me
falta algo en el corazón”,
afirma la protagonista de La
vie de Marianne con la voz de uno de
los compañeros de la clase de literatura de Adèle. Sin embargo, no
es al lector a quien muestra la cámara mientras se oye esta frase,
si no a la propia Adèle (Adèle Exarchopoulos), una joven estudiante
de familia obrera que dice tener la impresión de fingir en sus
relaciones amorosas y sexuales. También a ella parece faltarle algo
en el corazón. La vie d’Adèle,
quinto largometraje del realizador tunecino Abdellatif Kechiche, se
plantea como una historia de iniciación y aprendizaje, como una
búsqueda de ese algo
del que habla Marivaux que no se sabe si se encuentra fuera o dentro
de uno mismo. Adèle parece atisbarlo en una chica con el pelo azul
que, literalmente, se cruza en su camino: Emma (Léa Seydoux), con la
que, poco a poco, conversación a conversación, iniciará una
intensa relación amorosa.
Esta
trama aparentemente tan simple es sólo la base de una película que
no se queda en lo superficial y que profundiza en los aspectos más
sensoriales y plásticos. Si bien es verdad que la historia refleja
las realidades cotidianas de dos tipos de familia francesa,
-contrapuestas en las escenas de cenas familiares- y que muestra un
contexto social específico de manifestaciones por la educación
pública y desfiles del orgullo gay, también es cierto que la
narración parece suspenderse con frecuencia para recrearse en lo
meramente estético. El naturalismo más obsceno se mezcla así con
el lirismo más sobrecogedor.
Uno de
los mayores logros de la cinta -si no el mayor- es la expresión de
la fisicidad, conseguida a través de abundantes primeros planos de
las dos protagonistas y posibles gracias a una entrega total de las
actrices. Adèle Exarchopoulos llena la pantalla con su fuerza e
hipnotiza al espectador con su boca entreabierta, sus movimientos
seguros, su forma desordenada y casi agresiva de recogerse el pelo y
su mirada directa que transmite verdad. Son especialmente impactantes
las secuencias en las que un primerísimo plano nos muestra la boca
de Adèle mientras
engulle espaguetis, o mientras duerme profundamente, que funcionan
tan bien gracias, en gran parte, a la utilización del sonido. Estos
primeros planos muestran no sólo los rostros de las actrices, a
través de los que podemos ver “lo que el amor hace en el rostro de
Adèle” en palabras del director, sino también elementos mucho más
corporales y sensuales como sus nalgas o incluso sus axilas. Además,
el director no tiene ningún escrúpulo en mostrar las lágrimas,
mocos y babas de las actrices que añaden realismo a la
representación y, lejos de asquear al público, aumentan su
implicación en la escena generando vínculos viscerales e incluso
eróticos entre ambos. Resulta fascinante cómo Kechiche consigue
implicar y dirigirse a todos y cada uno de los sentidos del
espectador y hacerlos reaccionar frente a esta representación que
desborda la pantalla. La vista a través de los primeros planos y la
muy cuidada fotografía que juega con los tonos azules y amarillentos
(como lo hace el cómic en el que está “libremente basada” la
película, El azul es un color cálido
de Julie Maroh), así como de la selección de actrices y actores. El
oído a través de los sonidos amplificados de los personajes
masticando, tragando, gimiendo, sorbiendo mocos, o incluso
respirando, o de la fricción entre sus cuerpos; que se relacionan
directamente con el apetito. El tacto se implica indirectamente a
través de las combinaciones entre imagen y sonido en las escenas más
íntimas, por medio de planos detalle de partes de sus cuerpos y de
movimientos ondulantes y sensuales que siguen la “mecánica del
cuerpo”. Incluso el olfato está ligeramente presente en la escena
en la que las compañeras de Adèle la presionan para que les cuente
cómo fue el sexo con Thomas asegurando que “se nota el olor de que
ha follado desde aquí”, todo a pesar de que no ocurrió nada. Todos
los sentidos están cubiertos y confirman que, como afirmaba
Exarchopoulos, “La vie d’Adèle es
una película sobre la piel”.
La
mezcla entre naturalismo y lirismo ya mencionada se hace obvia en las
abundantes y prolongadas escenas de sexo, muy discutidas tanto por la
crítica como por el público, pero profundamente necesarias. La
duración y explicitud del sexo entre las dos protagonistas no es en
absoluto casual y arbitraria, sino que responde a motivos formales,
narrativos y morales. Formales ya que se muestra una escena de gran
belleza y verdad, que el realizador quería que “recordase a
pinturas”. Por esta afirmación Kechiche ha sido muy criticado al
dar a entender que quería mostrar una representación clásica y
desde un punto de vista masculino del sexo entre dos mujeres y del
cuerpo femenino, como en las esculturas y pinturas de la exposición
que Adèle y Emma van a ver en la película. Sin embargo, el director
no especifica a qué pinturas se refiere, dado que posteriormente en
la cinta se mencionará la obra de Schiele, más cercana al estilo
del metraje, de cuerpos mezclados que “se tocan y se respiran”.
El
sexo es también narrativo ya que se produce en tres situaciones
distintas, en tres momentos diferentes de la evolución de la
relación, aportando distintos significados en cada uno.
Pero, por encima de todo, el sexo adquiere una dimensión moral, de
provocación, de reivindicación del desnudo, del cuerpo y de la
vida. Kechiche destapa los cuerpos para expresar una ideología, para
obligar al espectador a aceptar a los demás pero sobre todo a
aceptarse a sí mismo.
A raíz, sobre todo, de escenas como éstas, una creciente polémica ha ido
rodeando a la película ganadora de la Palme
d’Or de Cannes 2013 (concedida
excepcionalmente no solo al director si no también a las dos
actrices protagonistas en reconocimiento por su trabajo). Tras el
rodaje, las actrices declararon que no les gustaría volver a
trabajar con Kechiche debido a la intensidad de sus -cuestionables-
métodos de dirección de actores, invasivos y desgastadores. El
hecho es que el resultado es de una veracidad y de un realismo de
sentimientos tan sorprendentes que, probablemente, solo podrían
haberse conseguido a través del trabajo duro y el desarrollo
constante del personaje, que permitió que algunas escenas fueran
escritas sobre la marcha basándose en las improvisaciones de las
actrices. La película ha sido criticada también por “mostrar una
visión masculina de la relación entre dos mujeres”, con
argumentos como los ya expuestos relacionados con las pinturas, y
otros que dicen que la cámara se recrea innecesariamente en la
desnudez de Adèle, o que las escenas de sexo parecen no haber sido
supervisadas por una lesbiana. Sin embargo no parecen
apreciarse estos matices en una película en la que todo se encuentra
subordinado a la expresión de la sensualidad más palpable. Una
sensualidad que no entiende de sexos.
La vie d’Adèle se consolida como un primer paso hacia la representación libre del amor, hacia el tratamiento del amor homosexual como amor simplemente, sin necesidad de etiquetas ni de tabúes absurdos. “El amor no tiene sexo, búscate a alguien que te quiera, sé feliz” es el consejo que le da un desconocido a Adèle en un bar gay, justo antes de conocer a Emma. Kechiche no solo asume y supera este consejo si no que lo plasma en una película de una belleza y una fuerza indiscutibles.
Jorge Domingo.
Ambos hemos creído encontrar tantos fotogramas bonitos de la película que quisimos adjuntar algunos aquí para enriquecer esta crítica. :)
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